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Estatua de Godzilla en Hibiya, Tokyo. |
A mediados de los años
50, un Japón herido y convaleciente tras recibir los bombardeos de Hiroshima y
Nagasaki daba a luz a uno de los mitos modernos más perdurables y conocidos de
la cultura popular nipona: Godzilla (en
versión original Gojira). Este ser
monstruoso, fruto de la radioactividad y personificación del terror a la bomba
nuclear a la vez, protagonizaría una longeva serie de películas que bebían
directamente de las monster movies americanas
del cine de serie B. Así nacía un estilo de hacer cine que ya no existe, un
estilo que creó un género en sí mismo: las películas de monstruos japonesas,
conocidas por muchos y apreciadas por unos pocos. Aunque el género fue bautizado
como Kaiju Eiga, traducido
literalmente como películas (Eiga) de monstruos (Kaiju), Godzilla pertenece más concretamente a las Daikaiju Eiga o películas con monstruos
gigantes. Catalogadas
dentro del cine de ciencia-ficción japonés, pero mucho mejor situadas dentro
del denominado género fantastique,
este tipo de películas combinan teorías científicas con monstruos gigantes,
destrucción y devastación, terror nuclear y gran cantidad de efectos especiales,
con un Japón que huye del terror atómico
de fondo en las primeras películas (Japón
bajo el terror del monstruo, Inoshiro Honda, 1954) y un Japón convertido en el centro tecnológico y mundial,
defensor de la tierra, en las últimas cintas (Godzilla: Final Wars, Ryuhei Kitamura, 2004).
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La TOHO al completo. |
De manos de la
productora TOHO, en 1954 apareció el film que dio origen a esta prolífica saga
de películas cuyo principal protagonista era un monstruo gigante. En “Japón
bajo el terror del monstruo” (1954) aparece por primera vez la idea de
destrucción nuclear, base para el resto de películas si bien, entendida, como
el propio monstruo que alberga en su interior este peligro. Otra de las características
básicas de este género es la cantidad de referencias extrapolables al mundo
real vivido por los japoneses a partir del lanzamiento de la bomba atómica, en
cuanto a devastación, radioactividad, miedo al hongo atómico, mutaciones
(representadas fielmente mediante los monstruos), evacuaciones masivas,
desolación, y un largo número de detalles más que muestran de manera clara el
espíritu japonés de la época: aterrorizado, obediente y sumiso.
Una comparación que puede ayudar a relacionar
este tipo de cine con el miedo nuclear que sentía todo el territorio nipón se
basa en la visión sobre las causas y riesgos de la energía nuclear que tenían
el cine americano de aquella época (años 50-60) y su homólogo japonés. Para los
americanos el miedo provenía de la experimentación, el resultado de esa
experimentación mutaba en diferentes criaturas, atacaba algún lugar de la América
profunda (donde todo es posible) y era víctima del armamento superior americano.
Tal ejemplo se entiende mejor bajo el prisma de unos Estados unidos vencedores
de la II Guerra Mundial, que doblegaron a sus enemigos gracias al poder nuclear. En Japón, en cambio, este miedo nace de la
experimentación igualmente, pero el resultado es el mismo que el sufrido en la
guerra, un peligro que puede acabar con la civilización entera, que no tiene
rival, que destruye todo a su paso, un peligro del que solamente se puede huir
(esconderse resulta inútil). Fiel reflejo del Japón vencido y abatido tras la
bomba, estos filmes muestran la única visión que conocía la sociedad nipona del
peligro atómico: el fin de la vida conocida.
Desgraciadamente, aunque el género
gozó de cierta reputación y fama, son muchos los factores que ayudaron a
desprestigiarlo en su llegada a Occidente. Por su parte, los americanos, en su
afán por destruir cualquier idea antiamericana, con sus recortes al metraje
casi por doquier y unos doblajes pésimos sentaron un precedente nefasto para la
distribución con éxito de cualquiera de estas películas. En España, unos
títulos traducidos sin sentido, un caos cronológico en su distribución, y una
calidad mala debido a la proyección de “copias de otra copia (valga la
redundancia) tampoco ayudaron a su difundirlo como merecía. Quizás la peor
parte llega desde su país de nacimiento donde el avance tecnológico y
cualitativo de filmes posteriores queda eclipsado por la excesiva
infantilización de la historia y los argumentos, llegando a fabricar verdaderos
productos soporíferos de la talla de “El hijo de Godzilla” (Jun Fukuda,
1967).
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Minya, el hijo de Godzilla. |
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Descanso durante el rodaje. |
58 años de vida y un
total de 28 películas ya denotan a priori
el éxito alcanzado por Godzilla y compañía, al menos dentro de las fronteras
niponas. Desde 1954 a 1995 (fecha oficial de la muerte de Godzilla en Gojira tai Desutoroia, Takao Okawara) el
Kaiju Eiga vivió sus momentos más dulces, llegando a proyectarse muchas de sus
producciones en occidente, con grandes títulos que aúnan todo lo mejor de este
género: efectos especiales sobresalientes, monstruos nacidos del imaginario y
del folclore nipón, grandes batallas titánicas, terror nuclear y por qué no
decirlo, grandes actores enfundados dentro de trajes pesados realizando las más
variopintas acrobacias y movimientos, siempre a la sombra del monstruo al que
interpretan. Se considera 1995 el fin
oficial por varios motivos, pero principalmente por la venta de los derechos para
la realización de la versión americana, que despojó a Gozilla de todo su
significado para convertirlo en una víctima más del poder militar americano (Godzilla, Roland Emmerich, 1998). Pese a
ello, el género ha seguido engendrando monstruos hasta nuestros días, no solo
con Godzilla como protagonista (Wakusei
daikaiju Negadon, Jun Awazu, 2005) pero el renacer de Godzilla en la saga Millenium queda lejos de lo que un día
fue el terror atómico personificado.
Cabe añadir las
célebres monster mash donde el
argumento cambia para enfrontar a Godzilla contra otros monstruos, algunos
llegados del espacio exterior que marcan el inicio de las Uchudaikaiju Eiga o películas con mosntruos gigantes venidos del
espacio) dejando a los humanos relegados a un segundo plano (Los monstruos invaden la tierra, Inoshiro
Honda, 1968) así como las inevitables copias por parte de otras compañías como el
caso de la productora Daiei que creó en 1965 a Gamera, la tortuga gigante radioactiva, considerada como la gran
rival de Godzilla, aunque nunca se hayan enfrontado cara a cara, a lo largo de
la historia del Kaiju Eiga.
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La primera megaconfrontación de monstruos japonesa. |
Se
hace necesaria en este momento una pequeña explicación que sin duda ayudará a explicar
mucho mejor el uso de los términos japoneses para definir géneros y la idea de
terror nuclear. Sin duda el uso del japonés se debe al nacimiento y bautizo en
ese mismo país del género de una manera evidente; por otra parte, la historia
de Godzilla explica por sí sola toda la idea del peligro radioactivo y nuclear.
Nacido de la mutación de una iguana en una isla del pacífico, Godzilla llega
hasta las costas de Japón para destruirlo como metáfora de la bomba atómica,
debido a la explicación que nos dan sobre el monstruo: en su interior anida un núcleo
radioactivo capaz de estallar en cualquier momento, que destruiría al completo el
país nipón y produciría el hongo atómico más grande y terrorífico jamás
imaginado. Esa explicación le confiere un mayor peligro si cabe, la
imposibilidad de atacarlo y destruirlo directamente es inviable, quedando así definida
la base para entender la relación entre el miedo a la bomba atómica japonés y
el nacimiento de este género cinematográfico.
Casi un centenar de
películas sobre monstruos japoneses dan para mucho más que este pequeño
homenaje a un tipo de cine que se resiste a desaparecer y que pese a no tener
una inmensa cantidad de seguidores, tiene la suerte de contar con grandes fans
incondicionales que han ayudado mucho a su difusión y a su denominación de gigantes de la serie B.
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Daikaiju Gamera, 1965 |
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Sora no daikaiju Radon, 1956 |
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Gojira tai Kingu Gidora, 1991 |
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Gojira: Fainaru Wozu, 2004 |
Jordi Medina Sola
Publicidad y relaciones públicas
Molt interesant!
ResponEliminaFins ara no coneixia d'on provenia el mite de Godzilla i altres devocions japonenes particulars, molt desmitificades a la seva arribada a occident.
Com sempre, s'ha de cercar i recuperar la idea i intencions inicials, i així és com és troba el significat autèntic de tota una història.
Qui sabia a hores d'ara com anaven d'units la por a la catàstrofe amb eines fantàstiques i la por real?
M'agrada quan es dedica un lloc destacat al museu de la memòria dels referents que han marcat un abans i un després a un indret.
Esther Garrido Ansaldo